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Émile VERHAEREN (1855-1916)
La alegría
¡Oh, esos días hermosos y largos con los que resplandecen las mañanas! La tierra ardiente y orgullosa es aún más soberbia Y la vida despierta es un olor tan fuerte Que todo el ser se embriague y salte hacia la alegría.
Sean agradecidos, mis ojos, haber quedado tan claro, bajo mi frente ya vieja, Ver la luz moverse y vibrar a lo lejos; Y vosotros, manos mías, a temblar al sol; Y ustedes, mis dedos, para disfrutar de frutas bermejas Colgado a lo largo de la muro , cerca de las malvarrosas.
Sé agradecido, mi cuerpo, Para ser firme, rápido y tembloroso todavía al tacto de los vientos veloces o de las brisas profundas; Y tú, mi torso recto y mis amplios pulmones, Para respirar, a lo largo de los mares o en las montañas, El aire radiante y vivo que baña y muerde los mundos,
¡Oh aquellas mañanas de fiesta y belleza serena! Rosas cuyo rocío adorna los rostros puros, Los pájaros vienen hacia nosotros, como presagios blancos, ¡Jardines de sombra maciza o de luz frágil!
En una época en que el amplio verano calienta las avenidas, Te amo caminos de donde salio La que escondió, entre sus manos, mi destino; Te amo, pantanos lejanos y bosques austeros, Y bajo mis pies, hasta el fondo, amo la tierra Donde yacen mis muertos.
Existo en todo lo que me rodea y me penetra. Césped espeso, caminos perdidos, grupos de hayas, Agua lúcida que ninguna sombra puede empañar, Te conviertes en mí siendo mi recuerdo.
Mi vida, infinitamente, en ti toda se extiende, formo y me convierto en todo lo que fue mi sueño; En el vasto horizonte que deslumbra mi ojo, Árboles temblorosos de oro, sois mi orgullo; Mi voluntad, como los nudos de tu corteza, En los días de trabajo firme y sano se endurecen mis fuerzas.
Cuando rozas mi frente, brillantes rosas de jardín, Verdaderos besos de llama iluminan mi carne; Todo es una caricia para mí, ardor, belleza, estremecimiento, locura, Estoy borracho del mundo y me multiplico Tan fuerte en todo lo que brilla y me deslumbra Deja que mi corazón desfallezca y se libere en llantos.
Oh estos saltos de fervor, profundos, poderosos y tiernos como si un ala inmensa te levantara, Si los sentiste llegar hasta el infinito, Hombre, no te quejes, ni siquiera en los malos tiempos; Cualquiera que sea la desgracia que te tome por presa, Dite a ti mismo, que un día, en un instante supremo, Probaste todo lo mismo, con el corazón palpitante, la dulce y maravillosa alegría, Y tu alma, alucinando tus ojos hasta que mezcles tu ser con las fuerzas unánimes, Durante este día único y esta hora sublime, Te hizo como los dioses.
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