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Cuando no tengo nada que hacer, y sólo una nube En los campos azules del cielo, la lana se escama, nada, me gusta escucharme vivir, y, libre de preocupaciones, lejos de los caminos polvorientos, permanecer sentado en una alfombra suave de helechos y musgo, al borde de los espesos bosques donde el calor se desvanece. Allí, para matar el tiempo, observo a la hormiga que, pensando en el regreso del invierno enemigo, porque su ático roba un grano de cebada de la gavilla, el pulgón que sube y se cuelga de la brizna de hierba, la oruga que arrastra sus anillos aterciopelados, la oruga con surcos de plata, y la mariposa fresca que vuela de flor en flor. Entonces miro, frívolamente divertido, la luz que se rompe en cada una de mis pestañas, la Palisada frente a sus sutiles rayos, los siete colores del prisma, o el plumón que flota en el aire, como en la ola una vasija no tripulada; Y cuando estoy cansado me dejo dormir, Al murmullo del agua que hace gemir a una piedra, O escucho cantar cerca de mí al curruca, Y allá arriba en el azur cantando la alondra.
Théophile Gautier, Primeros poemas
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